Por ser fuente de agua, para abastecernos y para producir energía, y de tierras fértiles, desde la antigüedad y hasta épocas recientes, los seres humanos hemos establecido nuestras poblaciones en los espacios próximos a los ríos.

Tras establecernos, construimos obras, como canalizaciones o escolleras, para defendernos de las crecidas naturales de los ríos, e infraestructuras para captar y almacenar el agua, como azudes y presas. Además de reducir su caudal por las extracciones de agua, también alteramos la calidad del agua, por vertidos de aguas residuales (el agua que se genera tras emplearla en los diferentes usos: doméstico, industrial, agrícola…) y por fuentes difusas de contaminación (procedentes de la agricultura, las actividades mineras…). 

Todas estas presiones que históricamente hemos ejercido sobre los ríos, especialmente en las últimas décadas, conllevan que los ecosistemas fluviales se encuentren entre los más amenazados del mundo y que su conservación y restauración sea uno de los grandes retos ambientales actuales.

 

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Aunque tradicionalmente hemos definido los ríos como simples corrientes de agua hoy sabemos que los ríos bien conservados son ecosistemas dinámicos y complejos formados por agua, sedimentos, nutrientes y los seres vivos que habitan en ellos

Los ríos no son solamente el cauce por el que circula el agua en un momento determinado, son ecosistemas formados también por sus riberas, las llanuras de inundación y también el acuífero, con el que el río está relacionado.

 

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En las llanuras de inundación libres de construcciones, cuando se producen lluvias extraordinarias y el caudal de río aumenta, el río se desborda sin producir daños. Además, en el desbordamiento el agua se infiltra en el terreno, fertilizando los suelos, recargando los acuíferos y disminuyendo el caudal que circula aguas abajo, por lo que se producen menos daños en llanuras de inundación ocupadas por poblaciones. 

 

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Al establecer poblaciones, edificaciones aisladas u otros usos en las llanuras de inundación de los ríos ponemos en riesgo a las personas y a los bienes, ya que son las zonas que ocupa el río cuando llueve de forma extraordinaria y el río se desborda. 

Además, si hemos ocupado la llanura de inundación el suelo ya no es permeable, así que el agua al desbordarse no puede infiltrarse en el suelo y recargar los acuíferos. El caudal del río no disminuirá y se producirán más daños en otras poblaciones e infraestructuras situadas aguas abajo. 

 

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Los ríos y lagos bien conservados son la fuente de agua más fácilmente accesible, para los diferentes usos (abastecimiento humano, agricultura y ganadería, industria, generación de energía…).

Además, los ríos no degradados nos proporcionan otros servicios esenciales: albergan una elevada biodiversidad, son corredores ecológicos, contribuyen a la depuración de contaminantes, contribuyen a la recarga de acuíferos, generan terrenos fértiles en sus orillas y son espacios de recreo y relajación.

 

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Tras establecer poblaciones y otros usos en las llanuras de inundación de los ríos hemos ejecutado estructuras como canalizaciones, encauzamientos, escolleras o motas para evitar que el río se desborde. 

Un río canalizado no es un río. La canalización modifica la dinámica natural de río (al alterar sus riberas naturales y su lecho) y agrava los daños por inundación aguas abajo del tramo canalizado, ya que aumenta la velocidad del agua e impide que el río se desborde y el agua se infiltre en la llanura de inundación.

 

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En ocasiones incluso hemos soterrado los ríos, para implantar usos sobre ellos alterando totalmente su funcionamiento como ecosistema.

 

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Una vez que la industria, los hogares o la agricultura utilizan el agua extraída de los ríos o acuíferos las aguas residuales resultantes se vierten, tras un proceso de depuración, a los ríos o al mar. 

Los vertidos de aguas residuales a los ríos sin depurar o insuficientemente depurados, de origen urbano o industrial, siguen siendo una de las principales causas del deterioro de los ríos cantábricos. 

 

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Las infraestructuras para captar agua, azudes, y para captarla y almacenarla, las presas, alteran el funcionamiento natural del río, ya que impiden la continuidad de los flujos de agua, sedimentos, nutrientes, materia orgánica y organismos en los ríos.

En España existen decenas de miles de azudes, muchos de ellos en desuso, que alteran la dinámica natural del río. Por eso la normativa española en materia de aguas obliga a eliminar los azudes que ya no se utilizan. 

 

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Las captaciones excesivas de aguas de los ríos alteran su régimen natural de caudales, lo que conlleva la alteración del funcionamiento y estructura de los ecosistemas fluviales: reducción de los hábitats y comunidades fluviales, empeoramiento de la calidad del agua y cambio de la morfología de los cauces. 

También la sobreexplotación de las aguas subterráneas genera impactos en los ríos, ya que ríos y acuíferos están relacionados. 

 

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La contaminación difusa producida por las actividades agrícolas, ganaderas y mineras, las infraestructuras viarias y los suelos contaminados es una de las principales causas de deterioro de nuestros ríos

También generan contaminación difusa los residuos que se abandonan en los ríos o cerca de ellos (neumáticos, plásticos, colillas…). 

 

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Las especies invasoras son uno de los problemas de conservación de nuestros ríos y una de las principales causas de pérdida de biodiversidad en el mundo ya que afectan a la estructura y función de los ecosistemas, mediante la alteración de los hábitats, la depredación, la competencia y la transmisión de enfermedades. Además, pueden repercutir desfavorablemente en la salud humana y la economía.