El Río Campiazo es un curso fluvial que desde su nacimiento, junto al Barrio del Acebal, cerca de Solórzano, hasta desembocar en la Ría de Ajo, recorre 21,3 kilómetros, cifra que aumenta hasta los 27,6 si tenemos en cuenta la distancia total hasta su llegada al mar. Para ello debe atravesar los municipios cántabros de Solórzano, Hazas de Cesto, Escalante y Meruelo, separando la ría los de Bareyo y Arnuero.

Atraviesa los núcleos de Solórzano, Hazas de Cesto y Beranga. Sus principales afluentes son arroyos de corto recorrido, ya que la superficie de su cuenca hidrográfica es limitada, destacando el Arroyo de Valladares (3,0 Km), el de San Isidro (2,9 Km), el de Los Vados (2,9 Km) y el de Cabra (5,6 Km), el más largo de todos.

Nace el Río Campiezo en una ladera pronunciada, a 300 metros de altitud, entres las pocas casas del Barrio del Acebal. Toma una dirección norte que nos lleva hasta el cercano pueblo de Solórzano (676 hab), del que dista apenas dos kilómetros. En su camino va encontrando principalmente un mosaico de prados y cultivos, formando desde el principio una vega muy ancha, que ya supera el kilómetro en este tramo inicial, entre los Altos de Moncubo, a 367 metros, y el del Pozo, a 226. Para este momento, ya circula por altitudes que rondan tan sólo los 80 metros.

Dos kilómetros aguas abajo nos encontramos con Hazas de Cesto (457 hab). El río gira ligeramente hacia la derecha para esquivar las casas, tras encontrarse con el Arroyo de Valladares, retomando rápidamente su rumbo original hacia un estrechamiento del valle para pasar entre el Alto Pandillo (175 m), al oeste, y el Alto del Cueto (179 m), al este.

Tras pasar bajo la Autovía A-8 y las vías del tren, se encuentra Beranga. Es la población con mayor número de habitantes por la que pasa el río, con 980 personas. Traza un meandro cerrado que deja una pequeña península, emplazamiento defensivo que aprovechan las casas para asentarse.

El río comienza a transitar por un terreno ondulado que le obliga a frecuentes y breves cambios de rumbo, trazando curvas cerradas, hasta que se le une el Arroyo de Los Vados, que le empuja hacia el oeste, esquivando el monte de Las Vergasas (157 m), retomando el norte nada más ser superado. Al recibir el aporte de agua del Arroyo de Cabra, la vega vuelve a ampliarse ligeramente, trazando un nuevo meandro que rodea las casas de Solorga para llegar a la Ría de Ajo, donde se deja notar la influencia del agua salada que con las mareas entra tierra adentro.

La Ría de Ajo continúa su avance a lo largo de los siguientes cinco kilómetros hasta llegar a la Playa de La Arena, donde se integra en el Mar Cantábrico.

Esta ría se encuentra declarada como Lugar de Interés Comunitario Costa Centra y Ría de Ajo. Son costas limitadas por altos acantilados de calizas cretácicas, que terminan de forma abrupta en el mar, por lo que el Estuario de Ajo es uno de los pocos refugios a salvo de las inclemencias del viento y el oleaje. Por eso alberga una gran cantidad de hábitats, algunos de ellos prioritarios. El primero de ellos son las dunas grises, montículos de arena que va agrupando el viento costero, limitadas por el alcance de las mareas. La vegetación herbácea, resistente a estas condiciones, va fijando con sus raíces estas formas, que dejan de ser móviles. Son muy escasas en la cornisa cantábrica.

El segundo, los bosques de encinas, son muy frecuentes en la España más mediterránea, pero sólo el suavizado de las condiciones del clima atlántico permite, convirtiéndose en una excepción en el tercio norte peninsular.

Este curso fluvial divide longitudinalmente la Comarca de Trasmiera. Es una de las comarcas históricas de Cantabria, que va desde el Río Miera al Río Asón (de ahí el topónimo Tras Miera, más allá del Miera). Fueron tierras poco romanizadas, por lo que conservaron hasta al menos los siglos VIII y IX su cultura anterior, momento en que Alfonso I ordena su repoblación mediante la fundación de monasterios que sirvieran como aglutinantes en torno a los que la población trashumante quedaría fijada. Posteriormente se convirtió en una merindad, donde el merino, en un principio nombrado por el monarca, servía como su representante, siendo con el tiempo elegido por las propias familias del lugar.

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